Cincuenta años han pasado
desde la realización y estreno de Soylent
Green y aterra pensar que la cinta, dirigida por Richard Fleischer, con
guion de Stanley Greenberg basado en una novela de Harry Harrison, apunte a que
su vaticinio se esté cumpliendo en la realidad de forma estricta, en algunos
aspectos incluso de un modo cuasi preciso. Quizá no veamos en nuestro presente
escenas como las que describe la cinta, aunque hayamos llegado al tiempo de la
película, Nueva York no ha alcanzado los cuarenta millones de habitantes ni
parece, al menos a primera vista, que la cotidianidad se muestre tal cual vemos
en los sucesivos fotogramas. Pero esto apenas es una minucia si tenemos en
cuenta que sí es real el calentamiento global del que se habla, sí que existe
una crisis medioambiental de envergadura y sí que hay millones de hombres y
mujeres atisbando la posibilidad de cruzar fallas que ejercen de fronteras, en nuestro
caso no entre barrios, pero sí entre países.
Aterra pensar que
avancemos hacia un escenario de crisis alimentaria que deje a una mayoría sin
alimentación, que lo que ahora comemos con cierta normalidad se convierta en
los próximos años en manjares para unos pocos, los más ricos, cada vez más
ricos. Pero aterra todavía más que el desenlace de la película, el resultado de
esa investigación del detective Robert Thorn, interpretado por Charlton Heston,
ayudado por Sol Roth, encarnado por Edward G. Robinson, ya no suene como un
despropósito, algo lejano si no imposible, ni siquiera como un argumento
estrafalario, estrambótico, sino que, aun cuando ficticio, no nos extrañaría lo
más mínimo que llegara a pasar.
La realidad supera la
ficción, afirmó Oscar Wilde con razón, al fin y al cabo hay aspectos que
aparecen en las novelas 1984, de
Georges Orwell, o Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que son de una
rabiosa actualidad. Así que cómo no vamos a pensar en la posibilidad de un
escenario no muy distante al que se plantea en Soylent Green, sin necesidad de alcanzar las anécdotas más
escabrosas, vistas como metáforas de lo que está por venir. Tampoco hubiéramos
imaginado vivir lo que se cuenta en ficciones de pandemias y lo hemos visto,
nos hemos asomado a las ventanas de nuestras casas para contemplar la
desolación de las calles, aunque sea unas imágenes que se van diluyendo a pasos
agigantados, como se olvidan en estos tiempos sinuosos, líquidos o lo que
fueren todo hecho real, ni dos telediarios que se suele decir. Curioso:
recordamos las películas, olvidamos la realidad.
Volver a ver Soylent Green ahora, en el tiempo de la
película, pero mucho después de su estreno, o años después de haberla visto por
primera vez hace tanto tiempo que ya apenas se la recuerda, una más de tantas
películas que indujo a pensar en el mundo que estaba por venir, estremece
porque ahora no es una posibilidad lejana, sino algo que empieza a sonar más de
lo que sería oportuno, conveniente y aconsejable. Existen las grandes
corporaciones. Se dan los síntomas. Acaecen las catástrofes. Las advertencias,
aunque vengan por medio de la ficción, caen en saco roto. Volvemos a lo mismo
si no peor, al mismo sistema prolífico, a una productividad desaforada, al
exceso lucrativo, el crucero o la devastación de los pocos espacios verdes
mientras nos venden parches ecourbanos
que apenas ocultan que la fiesta continúa, aunque la resaca, esta vez, pudiera
ser mortal.
En la versión española,
por cierto, recibió otro título: Cuando
el destino nos alcance. Tampoco estuvo tan desencaminado el cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario