viernes, 1 de julio de 2022

Las uvas de la ira

 


En su novela The Grapes of Wrath Las uvas de la ira»), publicada en 1939, John Steinbeck narra la situación de los trabajadores agrícolas en los Estados Unidos, algunos de ellos propietarios de sus propias tierras, luego arruinados y desahuciados, empujados a emigrar a California. Es lo que les ocurre a los Joad. Cuando llegan a su destino, se encuentran con un exceso de mano de obra, excusa perfecta esgrimida y aprovechada por los grandes hacendados de la costa oeste para bajar salarios y reducir los derechos de los trabajadores. Es un tema, el de los problemas del trabajo en el campo, que ya apareció también en otra novela anterior, Of Mice and Men De ratones y hombres»), ámbito que este novelista norteamericano conocía a la perfección por haberlo vivido y sufrido.

En ambos relatos John Steinbeck describe una degradación social, económica y laboral consecuencia de las crisis del 29, que afectó a todo el mundo y que desembocaría, a finales de los treinta, en una guerra larga y terrible. En Europa la tensión social provocada por la misma abrió la veda a idearios reaccionarios que tomaron en algunos casos el poder, sin que la izquierda revolucionaria del momento, también muy activa, pudiese parar los pies a ese fascismo que, al contrario que las corrientes de izquierda del momento, no cuestionaba los modelos económicos, es más: los mantuvo vigentes y los potenció.

Es terrible asistir, casi un siglo después de la publicación de las novelas de Steinbeck, a situaciones que si no bien idénticas, sí en cambio resultan bastante análogas. Vemos que se aumentan los flujos migratorios que llegan sobre todo de América Latina, en el caso de los Estados Unidos, y de África y Asia, en el caso de Europa. En la agricultura española miles de esas personas trabajan a destajo, muchas veces en situación irregular, con salarios bajísimos y malas condiciones. En otros sectores como el de la restauración en las zonas turísticas mediterráneas, se tienen problemas para la ocupación plena de los empleos –salarios también muy limitados y largas jornadas de trabajo– y se plantea incluso una relajación de las trabas de regulación de la extranjería para que accedan trabajadores que, se prevé, asumirían tales condiciones.

Al igual que en aquel momento, aparece una nueva extrema derecha en Europa que no cuestiona el capitalismo vigente, pero que tampoco es intervencionista, como lo fueron sus antecesores, asumen el neoliberalismo extremo vigente, manteniendo el discurso de la identidad nacional –referido más bien a la Patria como ente abstracto, no tanto a los derechos de sus ciudadanos, muy relativizados–, también el rechazo al extranjero pobre al que se culpabiliza de todos los males posibles, aunque no parece que moleste mucho cuando trabaja y calla, y una vuelta al militarismo y a la lógica de los bloques y de los imperios.

En este escenario actual, falta esa izquierda combativa y transformadora que puso a veces en jaque el (des)orden imperante entonces, hoy la izquierda no parece muy dispuesta a tomar riesgos ni afrontar el reto de transformar la sociedad, lo que a veces puede parecer positivo, nos aleja de modelos también autoritarios, por ejemplo el de las tiranías estalinistas o de algunos iluminismos sectarios, pero no parece que salga muy bien, frente a ello, su mera gestión de un capitalismo que muestra a su vez síntomas de declive, de saturación, con las correspondientes amenazas de guerra otra vez global, sin que logren acabar con las desigualdades y la precariedad.

Es en este escenario que hemos asistido a un capítulo más de la ignominia de esa frontera sur, con la muerte de un número alto personas que intentaban cruzar la valle que separa Marruecos de Melilla, un nuevo problema de este drama que el presidente español consideró el mismo día  24 de junio «bien resuelto».

Otro escritor norteamericano, Jack London, publicó en 1908 una novela, The Iron Heel El talón de hierro») en la que se describe un sistema político dominado por las grandes corporaciones que mueven todos los hilos de la realidad. Todo está bajo control en ese mundo vaticinado por el escritor, incluidos los planes de rebelión. Fue la primera de las distopías descritas en una serie de novelas escritas en la primera mitad del siglo XX. Asusta percibir hoy las coincidencias de lo que hay con lo que se intuyó. Aterra vislumbrar que la realidad, siempre, supera la ficción.

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