jueves, 5 de diciembre de 2019

Cuestión de carácter


Manuel Chaves Nogales nos habla de las víctimas de la historia, de las personas que sufren los desaguisados de la guerra, que es la política por otros medios, según Clausewitz, aunque Foucault le dio la vuelta al enunciado, la política como  la guerra por otros medios. Sea lo que fuere, el periodista sevillano nos describe cómo la violencia, ya sea la de la revolución, la de la guerra civil o la de la guerra en general, saca lo peor de cada ser humano, revuelve el carácter de cada persona que afronta una situación extrema y lo desvirtúa, muchas veces hacia lo más vil, aunque no siempre, hay también actos heroicos, que no son nunca los bélicos, en absoluto, estos se encuadran siempre en lo peor, sino los actos de solidaridad, de rechazo a la violencia, a la guerra. Pero esa violencia no deja de ser también un modo de relacionarse, una relación política, por tanto es la política, la entendamos como preámbulo de la guerra o como consecuencia de ella, la que determina el carácter. Por lo demás, mucho me  temo que esa violencia desatada saca casi siempre lo más nocivo, el lado más abyecto, es imposible al fin huir del fatalismo, de una mala impresión del ser humano que la historia insiste en confirmar con toda su crudeza.

Puede que que la violencia –la de la revolución o la de la guerra, da igual– sea la experiencia más extrema y hay otras situaciones sociales y políticas que van conformando el carácter individual al exponer al individuo a experiencias complicadas. De ahí que veamos a los esclavos de otras épocas –por desgracia los de hoy en muchas zonas del planeta– como seres dóciles, amansados, obedientes y fieles a sus amos, asumiendo la imposibilidad de otra realidad, de otro mundo, de otro tipo de relaciones. Lo hemos visto en un sinfín de películas sobre el sur norteamericano e incluso en la película Guess Who´s Coming to Dinner (Adivina quién viene a cenar), de 1967, es la criada negra quien más reparos pone, incluso más que el propio padre, a ese noviazgo de la hija blanca de clase media alta con el novio negro, aun cuando éste sea también de un nivel profesional similar al de la familia.

Lo vemos también entre los nuevos trabajadores precarios que acaban aceptando las condiciones laborales que se han ido degradando en los últimos años, los asumen con normalidad pasmosa, forma parte de sus caracteres, y hay casos como el español, ante el cual no pocos se sorprenden del alto grado de sometimiento y de soportabilidad. Es la política del es lo que hay. Claro que frente a ello encontramos un Espartaco o revueltas en muchos países, como en Francia, donde existe una tradición asociativa y sindical sin duda más asentada y que incide en la actitud individual. Lo cual nos lleva a plantearnos más la cuestión de hasta qué punto lo colectivo –y sobre todo lo institucionalizado– afecta al individuo, a su carácter.

Es cierto que el neoliberalismo actual pone todo el peso de la vida en el individuo, el éxito o el fracaso es cuestión de entereza y carácter, se impone el planteamiento del hombre o la mujer hechos a sí mismos, se habla ya abiertamente del emprendedor que sabe afrontar la economía sin contar con el Estado o incluso con la comunidad y forja su propio destino, se le concede un papel fundamental. También los peligros del mundo dependen de cada cual, se pone el acento en lo que cada uno haga, por ejemplo la crisis ecológica se afronta como responsabilidad individual, que cambiemos nuestros hábitos, se nos dice, que seleccionemos la basura de forma adecuada, y sin duda es importante, lo asumimos, yo coloco mi basura en los contenedores correspondientes en mi propia calle mientras veo, al otro lado del estuario del Nervión, en los muelles de Getxo, los grandes cruceros turísticos que tanto contaminan, y se potencia este sector sin atender a razones ecológicas, sólo a la lógica del beneficio empresarial y de oportunidad a nuevos emprendedores. Pero soy yo quien debe asumir en la forma de vivir la responsabilidad ante el planeta.

No es de extrañar que se tienda a un mayor individualismo. Cada cual que vaya a lo suyo y las responsabilidades colectivas quedan como un discurso más o menos decorativo para las declaraciones políticas y las grandes cumbres.  De nuevo el carácter forjado a golpe de historia y de institución.

Claro que hay también procesos que nacen de bien dentro y que forjan lo que uno es, lo que uno es capaz de llegar a ser. Paolo Giordano nos lo plantea en su primera novela, La soledad de los números primos, publicada en 2008 y que nos muestra la vida de Alice y de Mattia, afectaba en plena niñez por traumas que se fijan en su interior hasta el punto de determinar por completo lo que son, lo que serán. Los vemos crecer, afrontar la juventud y eso que llaman madurez, la que conformará sus caracteres de adultos y que encuentran los mismos desajustes, las mismas vacilaciones e incertidumbres, reproduciéndose una y otra vez a lo largo de sus vidas. Alice y Mattia están afectados cada cual por sus traumas, pero tampoco a los otros personajes que van apareciendo en la novela no parece que les vaya mejor en sus conflictos interiores.

Conflictos interiores que tampoco devienen colectivos, ni siquiera se comunican, salvo en arranques de sinceridad que se dan en pocas ocasiones. Mattia logra contarle a Alice la tragedia de la desaparición de su hermana más como acto de un triunfo personal, por una mera circunstancia casi ajena a la amistad que les une (aunque se mantengan separados, como números primos que casi se tocan, pero no son consecutivos). Alice ni siquiera verbaliza lo que le ocurrió de niña, aun cuando sus consecuencias sean más palpables.

Es cierto: la literatura o el cine, como espejos, nos van mostrando modelos individuales que la realidad va forjando. Reconocerse en unos u otros conlleva una enorme valentía y sin duda grandes dosis de sinceridad con uno mismo. Nadie querría verse reflejado, en todo caso, en el Travis Bickle de Taxi Driver, interpretado por Robert de Niro, un ser aciago e incisivo, machista y reaccionario, aunque creyéndose un héroe de nuestra sociedad. Nadie querría verse reflejado en él, aun cuando todos tengamos, al final, algo de él.

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