lunes, 7 de octubre de 2019

iberismo hoy


Decía Miguel de Unamuno que cualquier ciudadano español o portugués que se pretendiera medianamente culto debería hablar el idioma del país vecino y una cualquiera de las otras lenguas peninsulares. Uno de sus libros, Por tierras de Portugal y España, recopila varios artículos en los que transmite sus impresiones sobre los rincones de la Península que va visitando y cómo forja de esa manera un patriotismo que no es tópico ni estereotipado, sino que nace de tales visitas y de la curiosidad por contemplar los dos países, de conocer sus paisajes y sus gentes.

Ni que decir tiene que tal deseo de recorrer los rincones peninsulares y de contemplar los paisajes procede del romanticismo decimonónico que hizo de la contemplación de la naturaleza uno de sus rasgos propios, pero también posee la influencia de un cierto iberismo que se había acentuado a lo largo del siglo XIX, un iberismo con toques la mayoría de las veces progresistas.

El iberismo del siglo XIX nada tiene que ver con ese periodo de sesenta años en los que España y Portugal estuvieron unidos bajo la Casa de Austria. Hay que tener en cuenta que ésta fue una unión real, esto es, bajo un mismo rey, sin que eso significara una unificación institucional y legal, algo que ni siquiera España tenía. En todo caso, las poblaciones respectivas en nada incidieron para potenciar esta unión, bastante tenía buena parte de las mismas con sobrevivir en el día a día. Ese iberismo decimonónico, defendido por círculos politizados e intelectuales, tuvo bases progresistas, republicanas, confederalistas e incluso proudhonianas.

Proudhon aún influía mucho en el pensamiento de Antero de Quental cuando el 27 de mayo de 1871, en el marco de las Conferencias del Casino Lisboeta, dio una conferencia bajo el título «Causas da Decadência dos Povos Peninsulares nos últimos três séculos» e influye también en Pi i Margall, que apenas unos poquísimos años después sería presidente de la Primera República española. Menos proudhoniano pero no menos progresista fueron otros iberistas de la época, como Rafael María de Labra Cadrana, liberal –nada que ver con la acepción que se da hoy al concepto de liberal–, quien consiguió nada menos que la abolición de la esclavitud –dudo mucho que los actuales liberales pusieran el más mínimo ímpetu por tal causa, si existiera hoy la esclavitud–, en todo caso apenas cuajó el iberismo ni en España ni en Portugal, y cuando Unamuno escribía sus artículos ya el iberismo era apenas una causa medio olvidada.

Una imagen que suele darse en España sobre las relaciones entre los dos países es la de dos países que se dan mutuamente la espalda, aunque a decir verdad es la sociedad española la que ignora lo que ocurre al otro lado de la raya, en Portugal se conoce mejor lo que sucede en este lado y no habría más que saber, siguiendo a Unamuno, los índices de conocimiento del idioma vecino en cada uno de los dos países para darse cuenta de la diferencia, y eso que el portugués ha despertado un mayor interés en los últimos años en España, más allá de las zonas de frontera. Es que el español es el segundo idioma más hablado del mundo, afirmarán algunos para explicar tal diferencia, claro que el portugués es el sexto, algo de lo que no se es consciente muchas veces.

España desconoce Portugal, incluso hay una mirada vagamente despreciativa, más propia de esa actitud retrógrada de despreciar lo que se ignora. Apenas hay información sobre Portugal en la prensa española, incluso desaparece este país de los mapas del tiempo españoles, como por arte de birbilirboque, y eso que de pronto pueda parecer que Portugal está de moda en España y aumentan los viajes al país vecino y se haya hablado mucho del modelo portugués de estabilidad política a raíz de los encontronazos españoles para formar gobierno, y no sólo ha habido referencias a este país en este debate político, sino que se le ha puesto como ejemplo frente al estancamiento español.

A pesar de todo esto, las elecciones portuguesas recién celebradas han vuelto a pasar desapercibidas, apenas han aparecido en los medios de comunicación españoles, aunque ya sea algo que por lo menos aparezcan, por fin. Puede que en esta ocasión lo que haya es cierta envidia por la estabilidad que muestra Portugal frente al caos institucional y social que existe en España, una misma envidia que pudieron tener en su momento buena parte de la oposición española al ver como por fin Portugal se sacaba de encima la dictadura en el 74 de un modo rotundo, sin necesidad de complicados acuerdos ni de colocar decorados varios.

Envidia, al fin, de un país que parte de un poeta para establecer su día nacional, el 10 de junio como homenaje a Camões y a las comunidades del mundo que hablan portugués, sin necesidad de acudir a sus gestas imperiales, que también las tuvo.

Apenas persiste hogaño el iberismo de antaño. Las cosas hoy van por otro derrotero y tal vez sea mejor que empiecen a leerse a los escritores portugueses en España para que por fin las relaciones entre ambos países vayan por esos otros derroteros, sin duda mucho más sanos y cordiales. Aunque cabe que todo esto no sea más que un efecto postelectoral de lunes por la mañana.

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