Hay un choque tremendo
entre la percepción de la realidad y el reconocimiento de las emociones propias
que tal percepción desencadena, ocurre en nuestra cotidianidad como ocurre
también en la literatura, espejo en cierto modo de la vida. De este modo, en
todos los personajes de la obra Hamlet
hay una falla enorme entre realidad y emoción, lo que les conduce a la
tragedia, a la locura, a la culpa, a un dolor profundo y desesperado, a
alejarse más y más de lo real, cualquier cosa que sea esto de lo real. Porque
ya ni siquiera podemos fiarnos de las percepciones, como demostró Galileo Galilei,
sin que el científico lo pretendiese sin duda, pero confrontándonos de modo
irreversible a que la verdad tenga múltiples rostros al contemplarla, los
cuales nos enfrentan a su vez no sólo a la verdad exterior, sino a la verdad
interior, no siempre grata. La verdad interior, por ejemplo, en el Rey Claudio,
a quien Hamlet detesta y contra el que recae su ansia de venganza por haber matado a su padre, el Rey, y
hermano del propio Claudio, por haberse casado también con la Reina Gertrude,
la madre de Hamlet, en un acto a los ojos del hijo por completo ignominioso, es
una verdad repleta de culpa y remordimientos, lo que modifica a su vez nuestra
propia visión del personaje. Sus sentimientos de culpa y sus remordimientos lo
humanizan en gran medida, pero no ante el príncipe Hamlet, que decide retrasar
su venganza para que las consecuencias resulten más graves al destinatario de
la misma.
Pero es Ofelia a quien ese choque entre percepción de la
realidad y organización de sus emociones produce una mayor falla, hasta el
punto de conducirla a la muerte por la vía de la duda profunda, cada vez más
imposible de dirimir, de la desesperación que obscurece su mirada sobre las
cosas y por último de la locura. Ofelia no puede asumir lo que le ocurre, ese
intento de seducción de Hamlet, esa sumisión a las normas sociales, su
adaptación a una sociedad estamental –hoy sería una sociedad de clases, aun
cuando las fronteras nos parezcan ahora más laxas–, su pertenencia a un clan
patriarcal, su imposibilidad de entender o interpretar la realidad. Todo ello
le enfrenta a lo que siente, pero también a lo que debería sentir por su
posición en todo el entramado social. La sociedad con su normativismo y su
aparato disciplinario penetra por todos los poros incluso en los sentimientos y
emociones de los individuos, es más, resulta que en este ámbito es donde la
batalla del poder se vuelve más intensa y vehemente.
Shakespeare indica algo que nos parece actual, pero que
ocurrió sin duda siempre, que las emociones y sentimientos son un campo de
batalla, como lo es el lenguaje que los expresa. Se trata ya no sólo de ocupar
territorios por las armas, sino además de legitimar el dominio de la tierra y,
sobre todo, de la población, y justificar así también los mecanismos del poder.
Y nada más eficaz para tal dominio que invadir mediante la emoción y el
sentimiento la opinión y la actuación de las personas. Pero no sólo empleando
el sentimiento primario del miedo, muy eficaz siempre, miedo a la sangre, a la
represión, a la muerte, sino más allá, miedo a sí mismo, a ser diferente, a
disentir, a dudar en definitiva de la propia percepción de la realidad, a
sentir además una culpa que no permite la más mínima actuación propia, porque
el individuo, al final, se vuelve un ser atormentado, incapaz de la más mínima
decisión por sí mismo.
Les ocurre a todos los
personajes de la tragedia de Hamlet, pero es a Ofelia a quién más afecta todo
este estado de cosas y para quien la disensión realidad-sentimiento resulta más
costosa y sufriente, tanto que es ella misma quien llevará a cabo ese gesto
absoluto de la propia destrucción. No necesita que el propio Hamlet levante
contra ella su espada, tampoco será necesario que lo haga Laertes, su hermano,
que también acudirá a la venganza para resarcirse tanto de la muerte de su
propio padre a manos de Hamlet, errado en su acto homicida, como el encargado
de lavar el honor de su hermana muerta. Todos toman la vía de la venganza,
todos deciden la muerte del otro como forma de resolver el caos que produce la
realidad en su interior, salvo Ofelia, quien revierte en su interior herido
todo su frustración y ese magma de emoción incomprensible.
La mirada sobre lo real
es clave para comprender esa dicotomía realidad-sentimiento. Porque estamos
hablando, al final, de una interpretación sobre lo que nos rodea. Sentimos al
final como forma de comprensión de lo que nos envuelve, hay también una
dicotomía razón-emoción. De este modo, no es que existan realidades diferentes,
sino que lo que varía son las interpretaciones. De las interpretaciones brotan
al fin los sentimientos y las emociones. Por tanto, de lo que se trata es de
manipular las interpretaciones para crear sentimientos y emociones. De esto
sabe mucho el poder, no hay duda. Es más, ante un mundo que carece ya de
alternativas posibles conformar sentimientos y emociones se ha vuelto la tarea
fundamental del poder, conformar sentimientos y emociones para crear una épica
que nos dé sentido a la vida comunitaria, aunque luego se reconozca sin
vergüenza alguna que ciertos empeños épicos no tenían en realidad base alguna. Está
pasando con verdadero descaro en muchas sociedades.
De aquí nace, sin duda,
esa horrible expresión empleada hoy por políticos, y me temo que por sociólogos
y otros estudiosos de lo real, de establecer
relatos a partir de la realidad, como si lo real fuera materia para la
ficción, que lo es, pero sólo para la literatura, no para el análisis de la
realidad. Ante ciertos acontecimientos históricos o políticos no cabe establecer relatos, sino interpretar los
mismos. Puede que no quieran afirmar que lo que llevan a cabo son
interpretaciones porque hay una asociación de ideas con el concepto de
manipulación, que pretenden rehuir. Pero con el establecimiento de los relatos
van más allá de la mera manipulación, porque en la manipulación aún está
presente la realidad, en cambio en el relato no lo está tanto, la ficción al
fin y al cabo parte sobre todo de la verosimilitud, que nada tiene que ver con
lo real.
Si Ofelia hubiera
establecido un relato a partir de su situación, tal vez se hubiera salvado y no
hubiese adoptado ese gesto absoluto final. Si hubiera establecido un relato,
tendría sus propias reglas para la vida, aunque nada tuviesen que ver con lo
real, por tanto con el sufrimiento que le generó todo ese cúmulo de emociones,
sumisiones e incapacidades de asumir e incidir en lo real. Pero intentó
interpretar y afrontar una realidad que la consumió en la más dura de las
desesperaciones. La más pura realidad.
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